Andro Wekua
nació en la ciudad georgiana de Sokhumi en 1977. Era, por tanto, un adolescente
cuando se disolvió la Unión Soviética y su país obtuvo su independencia. Pocos
años después, decidió marchar a Occidente pero nunca dejó de lado sus raíces
georgianas, que han sido y serán el caldo de cultivo fundamental de su trabajo.
Buena parte de su obra gravita
alrededor de la memoria de su infancia, un lugar ambiguo en una tierra
igualmente incierta. En muchos trabajos se mezclan la frescura
jovial del niño que, lleno de curiosidad, se embarca en el aprendizaje de la
vida, y la oscuridad sociopolítica en una ciudad opaca y gris y un país en el
que pocos -y del que pocos- sabían nada.
Escribir
sobre Andro Wekua no es una tarea fácil. El artista construye múltiples
instalaciones con maniquíes, esculturas abstractas, pintura figurativa, dibujo,
y collage, en ambientes dispersos, pero cuidadosamente concebidas siempre
abrumadoras, tanto en el alcance formal como en el contenido psicológico. A pesar de su juventud ha realizado
importantes exposiciones institucionales. Ha mostrado su obra en el
Museion de Bolzano, en el Camden Arts Center o el Magasin de Grenoble,
y trabaja con galerías de la talla de Gladstone Gallery en Nueva York, Peter
Kilchmann en Zurich, ciudad en la que vive parte del año, y Sprüth Maegers en
Berlín, donde reside la otra parte.
Es difícil
clasificar a Wekua y una rápida mirada a sus trabajos nos disuade de
intentarlo. Desde el collage hasta la instalación y desde la pintura hasta el
vídeo o la escultura antropomorfa, su trabajo es versátil en lo formal y rico
en los conceptos que lo sostienen. Porque son muchos los asuntos que toca, pero
muchos también los modos de aproximarse a ellos, desde la melancolía hasta el cinismo, desde el escepticismo a lo
sublime.
Hay
atmósferas pictoricistas que conviven con escenas hiperrealistas. Los
personajes alternan entre la apariencia de habitar de un modo preciso nuestro
mundo y la de vivir por completo fuera de él. Tal es la ambivalencia del
trabajo de Wekua, que también se visibiliza en el modo en que monta sus
exposiciones.
La cualidad
simbólica del trabajo es apabullante.
Sus trabajos son figuras enigmáticas realizados a partir de vaciados de cera
que no sabemos si nos atraen o nos rechazan, si nos miran o nos evitan. En uno de sus trabajos más conocidos, mezclaba
imágenes abstractas, ¡con otras del funeral de su propio padre!
Así pues, todo un reto para el espectador, que ha de jugar una parte activa
para canalizar los excesos y también las posibles lagunas que, a buen seguro,
genera Wekua en su percepción.
Wekua sitúa su mundo visual en
tierra de nadie, entre Oriente y Occidente, entre la precisión estética y la
improvisación, reflejando al mismo tiempo los múltiples significados en sus
imágenes, los medios de comunicación y los signos de su generación. Muchos son
los elementos que aparecen en el lenguaje estético de Wekua, a lo largo de los
diversos medios que emplea, siempre salpicados de momentos autobiográficos
pasados. Imágenes que podrían ser fotos de familia o anuncios, conforman la
base de sus collages, la mano del artista incorpora el color, atenuando los
rasgos faciales, borrando la composición con incorporación de formas
geométricas. La cuestión es, si lo que permanece oculto se ha perdido, o está
deliberadamente oculto. Fuera de estos collages no surgen sólo imágenes
recurrentes, sino también la gramática básica y fundamental del mundo visual de
Wekua.
Víctor Manuel Guzmán Villena
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